José Bermejo nos deja huérfanos
El inesperado fallecimiento de José Bermejo me ha traído un pensamiento en mí recurrente: no es cierto eso de que nadie es imprescindible, no es verdad.
Esa frase no es más que una falsa defensa de quienes prescinden de gente valiosa que, al irse, dejan un vacío que nunca más vuelve a llenarse.
Conocí personalmente a Pepe Bermejo a mediados de la década de los ochenta del pasado siglo. Eran mis comienzos en el Derecho deportivo y por entonces Bermejo era la luz que nos alumbraba. Recuerdo que me impactó su brillo intelectual, su consistencia y su sabiduría.
Luego me di cuenta de que esa luz seguiría encendida de forma indefinida, justo hasta este fatídico día en el que el destino nos lo arrebató haciendo lo que más le gustaba: jugar al fútbol.
Recuerdo que eso, lo de jugar, me llamó la atención ya en los años ochenta. Por entonces admiraba que «con esa edad» lo siguiese practicando. Y así continuó hasta los 73 años, todo un ejemplo de alguien que no sólo se dedicaba a analizar y difundir el deporte, en especial desde su vertiente jurídica, sino que lo sentía vivamente.
Son muchos los recuerdos que se nos agolpan en unos momentos tan duros. Les cuento el primer contacto que tuve con él. Antes de publicar un trabajo en una revista especializada, le envié el borrador con el fin de conocer su parecer. Pepe, que por supuesto se lo leyó, me dijo: «El artículo está bien argumentado y estructurado, pero le falta algo esencial». Bermejo quería decirme que no bastaba con defender una tesis, que hacía falta establecer las consecuencias previsibles, en mi caso determinar cuál era el orden jurisdiccional competente en la materia objeto del artículo.
No se fue un jurista del deporte, se fue un totem del Derecho deportivo, nuestro padre «iusportista». Antes que él, pocos supieron darle carta de naturaleza a esta disciplina. Junto a él y en años posteriores sí surgieron otros, pero Pepe Bermejo subió un «ochomil» (en Derecho deportivo) que nadie había logrado hasta aquel momento.
Y vuelvo al principio. Se nos ha ido alguien imprescindible y nos ha dejado huérfanos. Nadie podrá ocupar nunca su lugar. Es literalmente insustituible, como ocurre con nuestros padres biológicos cuando nos dejan.
[Publicado en Iusport el 25 de julio de 2019]
Antonio Aguiar
Jurista y Director de Iusport
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