Madrid, Territorio Ultra
El fútbol vuelve a estar en el punto de mira por la violencia que rodea a los ultras de las aficiones desplazadas a Madrid para animar a sus correspondientes equipos en la Final de la Copa Libertadores, que enfrentará a Boca Juniors y River Plate el día 9 en el Bernabeu, decisión tomada por la Conmebol como consecuencia de los virulentos episodios vividos en la capital bonaerense, que obligó a suspender la Final y trasladar su disputa a la capital de España, paradojas de la historia, pues la Copa Libertadores debe su nombre a quienes protagonizaron las independencias de las naciones americanas del Imperio Español hace dos siglos.
Curiosidades aparte, dada la violencia que siempre acompaña a los ultras de ambas aficiones, las cuestiones que se plantean más en los medios y en la sociedad desde que se anunció Madrid como sede de la Final son ¿quién es responsable de la seguridad de este evento? ¿Y quién costea esta fiesta?
El Reglamento Disciplinario de la Conmebol, entidad organizadora, establece que las Asociaciones miembro y los clubes son responsables del comportamiento de sus jugadores, oficiales, miembros, público asistente, y aficionados. Del mismo modo, son responsables de la seguridad y del orden tanto en el interior como en las inmediaciones del estadio antes, durante y después del partido del cual sean anfitriones u organizadores, asumiendo los costes económicos que genera la gestión de dicha seguridad y del mantenimiento del orden.
Por otro lado, al ser declarado de «alto riesgo» este encuentro, para velar por la seguridad en las calles de la ciudad se requiere una elevada movilización de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para realizar registros personales y cacheos en los accesos al recinto por los que entran los grupos considerados de riesgo; hacer el seguimiento de las aficiones durante el desplazamiento al estadio, llevándolas «custodiadas» para evitar contactos con la afición rival; y, en última instancia, efectuar detenciones si alguna persona comete un acto delictivo. En concreto, en la Final de la Libertadores, se necesitarán en torno a cuatro mil efectivos entre Brigada Móvil, Caballería, guías caninos, subsuelo, Tédax, agentes de la Oficina Nacional del Deporte de la Policía Nacional, UPR y personal en el Aeropuerto de Madrid-Barajas, con el elevado coste económico que ello conlleva para las arcas del Estado español.
En este punto surge la reclamación de Sindicatos de Policía y buena parte de la sociedad de si eventos deportivos como este partido de fútbol se tienen que seguir sufragando íntegramente con dinero público o si, por el contrario, los organizadores deben costear total o parcialmente el despliegue policial ‒en Alemania un tribunal falló a favor de que la liga comparta los gastos policiales‒. Para que nos hagamos una idea, los sindicatos policiales mencionan un informe de principios de año en el que se refleja que, en el global de una temporada, el coste en seguridad de cada fin de semana de fútbol conlleva un coste total de diez millones de euros que sufraga el Estado y del que se benefician los clubes.
Merece una seria reflexión esta cuestión, sin duda.
Responsabilidades y costes económicos aparte, lo cierto es que estos acontecimientos vuelven a poner de relieve un grave problema que, sin ser nuevo, ensombrece el mundo del fútbol y provoca reacciones de diversa índole. Bien es verdad que, en los últimos años, las gradas han ido cargándose notoriamente de violencia e intolerancia y, el hecho de unir agresividad, odio y frustración en la defensa unos colores, un club o un símbolo que les represente, hace que se convierta en un cóctel muy peligroso.
No en vano, el fútbol es una de las pasiones en las que más se enfatiza el sentido de pertenencia a un colectivo, un voraz generador de identidades que trasciende el rectángulo de juego y origina la existencia de grupos extremistas tanto dentro como fuera de los estadios. Frente a esto, las respuestas de las instituciones políticas y de las altas instancias deportivas no son todo lo inflexibles que deberían para un problema de tal magnitud porque, lamentablemente, una vez que pasa el suceso decae la atención pública, y, con ello, se genera la apariencia de que ya no son necesarias las medidas.
A ello hay que añadir un dato muy relevante como es que, en el fútbol, en mayor medida que en cualquier otro deporte, hay muchos intereses económicos en juego, lo cual facilita la aparición de ese tipo de comportamientos tan alejados del concepto de deportividad y esa falta de respuesta que hemos pregonado de las instituciones competentes, precisamente, por no poner en riesgo dichos intereses.
Sin embargo, en la opinión pública esta situación sí que provoca la exigencia de que se regulen y se aplique dicha regulación a ciertos comportamientos violentos. Aunque el problema no es tanto la falta de armas legales suficientes para luchar contra este tipo de comportamientos censurables, que las hay, como la falta de aplicación contundente de las mismas, lo cual conlleva que no se logre reducir el número de actos de violencia que, a la vista queda, llevan muchos años desatendidos en el fútbol.
En definitiva, es necesaria la aplicación de un procedimiento sancionador adecuado ‒no indiscriminado‒, y la adopción de medidas ejemplares que garanticen el cumplimento íntegro de las sanciones disciplinarias o, en su caso, penales impuestas, pero no podemos olvidar que para erradicar la violencia en el fútbol son imprescindibles, además, actuaciones en materia de educación, prevención, sensibilización y diálogo que anulen esa adicción al fútbol que incita a los aficionados radicales a trazar una línea roja entre el «nosotros» y el «ellos», y, de ese modo, eliminen el fanatismo y su defensa irracional de la identidad que se materializa en el odio al rival.
Ya lo dijo Eduardo Galeano, «el fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club (…). Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso. La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del resto de la semana, la cama sin deseo, el empleo sin vocación o el ningún empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar».
Impunidad cero, educación y prevención. Esa es la clave.
[Publicado originariamente en sevillainfo.es]
Eva Cañizares Rivas
Abogada